Central to Alberto's success is the unwavering support and artistic influence of his wife, Blanca Rosa Molina. An accomplished interior designer, Blanca not only provided a harmonious and inspiring environment for Alberto to create but was also a vital collaborator in shaping the aesthetic and emotional depth of his work. Blanca complemented Alberto's vision, making their partnership a cornerstone of his artistic journey. This is an essay written by her granddaughter, Samantha Cummins, about Blanca Rosa, the indispensable collaborator whose contributions were pivotal to the success of Alberto Herrera's photographic artistry.

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Blanca Rosa (Búa) 

In an attempt to surmise my grandmother’s legacy, I found myself mute. The silence that
follows the loss of a matriarch should come as no surprise, for a matriarch’s gift lives only in
silence. This unassuming silence makes it easy to forget that a mother’s imprint is seared into
our spirit. Its echoes reverberate in the moments that define our character, on the days that
unearth our flaws and mistakes, and in the challenges that weave our moral fabric.
Our grandmother did not simply “try” to be a good person, being a good person was her
daily work. The evidence of her labor lies in her library, flooded with testaments to the spirit of
mankind. The evidence of her labor lies in her writings, delicate memos of transcendence
tucked away in drawers and folders. Most importantly, the evidence of her labor lies in the
hearts of her children and grandchildren, who inherited her blistering passion for goodness, who
endeavor, like she did, to be a good person on a daily basis.
What our grandmother taught us is that being a good person is not simply a desire, not
simply something you “try” to be, but something you work at every day. Try and fail and try
again, this love for divinity is seared into our hearts, its silent echoes define our characters, it is
the fabric that binds us as people. We must never forget our grandmother’s labor, for we are the
fruits of it. In her absence, we must pledge to grow our hearts and minds, to never stop learning,
and to honor a covenant that urges us to love one another.

- Samantha Cummins, grandaughter of Blanca Rosa and Alberto Herrera 

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En un intento de sumarizar el legado de mi abuela me encontré muda. El silencio que le sigue a la pérdida de una matriarca no debería ser una sorpresa, ya que el regalo de una matriarca vive sólo en el silencio. Este silencio sin pretensiones hace que sea fácil olvidar que la huella de una madre está grabada a fuego en nuestro espíritu. Sus ecos resuenan en los momentos que definen nuestro carácter, en los días que desentierran nuestras fallas y errores, y en los desafíos que tejen nuestra fibra moral.
Nuestra abuela no simplemente “intentaba” ser una buena persona, ser una buena persona era su
trabajo diario. La evidencia de su trabajo se encuentra en su biblioteca, inundada de testimonios al espíritu de la humanidad. La evidencia de su labor está en sus escritos, delicados memorándums de trascendencia escondidos en cajones y carpetas. Más importante, la evidencia de su trabajo se encuentra en los corazones de sus hijos y nietos, quienes heredaron su pasión abrasadora por el bien, quienes se esfuerzan, como ella, en ser una buena persona en el día a día.
Lo que nos enseñó nuestra abuela es que ser buena persona no es simplemente un deseo, no es
simplemente algo que “tratas” de ser, pero algo en lo que trabajas todos los días. Intenta y falla e
intenta de nuevo. Este amor por la divinidad está grabado a fuego en nuestros corazones, sus ecos
silenciosos definen nuestro carácter, son el tejido que nos une como personas. Nunca debemos
olvidar el trabajo de nuestra abuela, porque somos los frutos de ella. En su ausencia, debemos
comprometernos a hacer crecer nuestros corazones y mentes, para nunca dejar de aprender, y para honrar una alianza que nos insta a amarnos los unos a los otros.

-Samantha Cummins, nieta de Blanca Rosa y Alberto Herrera